CINE Y MIGRACIONES:
El cine ha
reflejado desde sus inicios los dramas humanos de la sociedad, entre ellos
la necesidad de dejar su propia tierra para sobrevivir. El cine español, por
ejemplo, durante su historia, ha ido representando en imágenes el problema
de las migraciones. Antes de los años 40 del siglo XX, la migraciones
rurales, con películas tan profundas y cargadas de dramatismo como las dos
versiones que Florián Rey hizo de
La aldea maldita, una en 1930, muda
y otra sonora en 1942. La Castilla más dura se refleja con sus dramas
campesinos y su necesidad de salir a trabajar en otros lugares. Hay que
salir del campo por necesidad, de un campo maldito, yermo, en el que no se
puede vivir. Sin embargo, el cine presenta igualmente lo negativo de la gran
ciudad, y sus vicios, así como la necesidad de volver al lugar de origen en
el que está la seguridad, la armonía familiar y el honor. La mujer, en el
cine de emigración, es en muchos casos, la gran perdedora. O es la mujer
sumisa, que acompaña al marido y cuida a los hijos, o se pierde en la
ciudad, como en el caso de La aldea maldita, en la que para
sobrevivir debe dedicarse a la prostitución. El marido, cuando la encuentra,
apela al honor de la familia -más bien al de los varones de la misma- y la
castiga con la exclusión y el silencio dentro de la casa, aunque no la
expulsa con el fin de que no trascienda la vergüenza.
Ya avanzado
el siglo, Juan Antonio Nieves Conde realizó
Surcos (1951), que nos da
a conocer los problemas de la emigración rural hacia la ciudad en la España
de Franco. La película, -puede entroncarse en el neorrealismo español- y a
pesar de que su director era falangista, fue censurada y depurada por el
régimen por representar el fenómeno de la emigración rural como común en el
país, dejándolo como la anécdota de una familia que fracasa en la ciudad y
debe volver al pueblo del que salió. La película, muy interesante y
significativa, narra las vicisitudes de una familia rural tradicional en la
gran ciudad. Se representan las angustias de todo emigrante, el rechazo de
los habitantes de la ciudad, la necesidad de algunos de los miembros de la
familia de relacionarse con el mundo del delito, la pérdida de los valores
tradicionales… Aquí también, dos mujeres, la madre y la hija, viven el
desarraigo de formas muy diferentes: la madre, como soporte en sufrimiento
de la unidad familiar, la hija, coqueteando con el espectáculo y una vida,
al entender de entonces, excesivamente libre y peligrosa.
La piel
quemada
(1967) de José María Forn, lleva el problema de los emigrantes rurales en
una patética plasmación del subdesarrollo económico y cultural español de la
época, del caciquismo meridional y de la inmigración en Cataluña.
También los
españoles salían de España. Toni, -la cito en este apartado aunque es
película francesa- de Jean Renoir (1934), relata la vida de trabajadores
españoles e italianos en la Provenza francesa, en la que los extranjeros,
por el mero hecho de serlo, son sospechosos de delitos que no han cometido.
Entre la comedia y el patetismo están
Españolas en París (1970) de
Roberto Bodegas o
Vente a Alemania, Pepe
(1971), de Pedro Lazaga. Ambas reflejan la situación de emigrantes españoles
en Europa que se adaptan poco y lo bien que cada uno está en su tierra de
origen.
En el cine español de la
época se puede apreciar que no todos los españoles iban con los documentos
en regla, mito que actualmente se ha creado como excusa comparativa en
relación a los actuales emigrantes. «Hasta 1956, el gobierno español no sólo
no proporcionará ningún estímulo oficial a la emigración...sino que la
vigilancia en las fronteras intentará limitar las salidas en la medida de lo
posible... La mayoría de las salidas se realizan clandestinamente» (Términe
y otros, 1995)
Cierto es que hacia los
años de 1950 España necesitaba romper el aislamiento internacional y
aumentar sus divisas. Alemania, por otra parte veía crecer sus conflictos
laborales y económicos y no deseaba agravarlos con la llegada de miles de
españoles. La solución fue un convenio económico entre Alemania y España
(una especie de plan Marshall) que aseguraba a ésta un desarrollo social y
económico sin fricciones. En este paquete entró también la emigración. Se
inició en España, a instancias de Alemania, el control en origen y en
destino de la emigración. En origen, permitiendo la salida mediante un largo
proceso burocrático, y en destino, creando las Agregadurías laborales que
evitaban la inscripción de los emigrantes en los sindicatos alemanes y la
creación de las Misiones Españolas, adjudicadas a la Iglesia, que ejercieron
como fuerte elemento de control social. En Alemania, los españoles tuvieron
por ello un trato asistencial más ventajoso que en otros lugares.
Sin embargo, en el resto
de los países, se siguió dando una gran cantidad de emigrantes que llegaban
a trabajar de forma clandestina, por no poder acceder a los papeles, en
algunos casos porque no conseguían el permiso de su parroquia para obtener
el certificado de buena conducta.
El mito
creado en los últimos años por algunos estamentos de la política de
derechas, complementada por la falta de seriedad, o la connivencia, de
algunos medios de comunicación, ha creado en la opinión popular la idea de
que emigración y delincuencia van unidos. Esta opinión trae inmediatamente
a colación la falsa afirmación de que la emigración española se componía de
ciudadanos ejemplares e integrados. El cine, en general, desmiente estas
afirmaciones, haciendo énfasis precisamente en lo contrario.
Aunque
nadie duda de que la mayoría de los emigrantes españoles trabajaron
pacíficamente sin necesidad de realizar actividades delictivas, al igual que
la mayoría de los emigrantes actuales en nuestro país, el cine refleja en la
mayoría de los casos otra realidad –también real- ayudando a deshacer otro
de los mitos inventados como excusa para comparar la actuación de los
emigrantes españoles en el extranjero con los actuales emigrantes en nuestro
país. La dura vida del emigrante español en América y en algunos casos la
turbia manera de hacer dinero y un lugar en la sociedad se trata en
Frontera sur,
1998, en la que Gerardo Herrero hizo un drama de emigración en Argentina,
una forma sórdida de abrirse camino, la trata de blancas, las riñas de
gallos, la apropiación de las tierras, la violencia... o
Sus ojos se
cerraron
de Jaime Chávarri, (1997), la historia de una modista madrileña
que llega a Buenos Aires en los años 30.
La situación de una España en desarrollo trajo consigo una nueva
realidad y llegaron los emigrantes. El cine comenzó a relatar la forma de
vida de los recién llegados, sus problemas, sus dificultades de integración
y las trabas administrativas y personales. En la medida en que el problema
se hizo más duro y la reacción local más furibunda contra el emigrante el
cine español reaccionó con algunas películas.
Las cartas de Alou,
1990, de Montxo Armendáriz, narra el periplo de un joven senegalés por la
península en precarias condiciones laborales,
Bwana,
de 1995, de Imanol Uribe, que es una reflexión sobre la xenofobia y el
racismo encarnados en una familia española, sus miedos y sus frustraciones
hacia un emigrante subsahariano que acaba de llegar en patera.
En 1996, Felipe Vega
realizó El techo del mundo,
basada en un relato de Julio Llamazares, sobre la amnesia de un español
integrado en Suiza, al que se
le despiertan
instintos
racistas.
Saïd Saïd,
1998, de Llorenç Soler, cuenta la historia de Saïd y las duras condiciones
de vida que tienen los inmigrantes magrebíes en nuestro país. Para señalar,
aunque sea someramente, el papel de la mujer, tanto en Saïd como en
Las cartas de Alou, los dos protagonistas, el marroquí y el
senegalés, se enamoran de mujeres españolas, que les ayudan fervientemente,
aunque esa situación no mejora, sino al contrario, la relación de los
emigrantes extranjeros con su entorno social, dando lugar en algún caso a
virulentas reacciones por parte de grupos racistas (Saïd). En ninguna de
ellas se aprecia a la mujer emigrante, invisible en esta etapa del cine
español.
La
emigración de los países del Este se narra en
El sudor de los ruiseñores,
de Juan Manuel Cotelo, 1998, sobre un violonchelista rumano que llega a
Madrid con el sueño de trabajar en una orquesta y ganar el dinero suficiente
para poder traer a su esposa y a su hija; la de los emigrantes cubanos en
Cosas que dejé en la Habana (1999) de Manuel Gutiérrez Aragón. En esta
última, la mujer tiene ya una importancia sustancial, ya que narra
la historia de tres
jóvenes cubanas que buscan trabajo en Madrid donde viven con una tía. Es una
interesante película a pesar de que los estereotipos se suceden en ella,
tanto en lo que se refiere a las cubanas recién llegadas, que procurar una
típica integración en el medio, la tía, que ha hecho simbiosis con el
entorno, como los diferentes personajes españoles, que responden a etiquetas
previstas.
En 1999,
Iciar Bollain realizó
Flores de otro mundo. Una caravana de mujeres
–extranjeras y españolas- llega a un pueblo con el fin de establecer
relaciones con los solteros de la población. Son varios los conflictos que
se generan por las diferencias culturales y sociales entre las recién
llegadas y los vecinos del pueblo. Es, posiblemente, la película en la que
el problema de la mujer inmigrante, se ve con mayor realismo, sobre todo en
lo que se refiere al poder masculino en las relaciones –incluida la
violencia corporal- y a las dificultades de ser aceptadas sus diferencias
por la cultura tradicional.
He citado
más arriba la película del 2002,
Poniente, de Chus Gutierrez, una
historia de amistad y amor con el conflicto social de la emigración de
fondo. Es una película de guerra, guerra de sexos, de culturas, de clases…
que culmina en una gran batalla en la que pierde todo el mundo.
En el año 2005 el cine español ha tratado
el problema de la mujer emigrante y su relación cultural, laboral y social
desde diversos puntos de vista. Una interesante película es
Princesas
(2005), en la que Fernando León de Aranoa, director y guionista narra de
forma esplendida la amistad de dos prostitutas de calle, una emigrante y
otra española, luchando juntas en una sociedad que les da la espalda.
También en 2005, Pedro Pérez Rosado ha realizado Agua con sal, en la
que dos mujeres también, una emigrante y otra española, trabajadoras
marginales e ilegales luchan por sobrevivir en un ambiente hostil.
Interesante es
Un franco, 14 pesetas, de Carlos
Iglesias, que en 2006 narra una historia de
españoles emigrantes a Europa hacia 1960, en la que desmitifica muchas de
las aseveraciones sobre la emigración de españoles que actualmente se
tienen, así como del retorno a su país de estos emigrantes. Las dificultades
de adaptación, la entrada sin papeles, los problemas, la necesidad de
sobrevivir, a veces delinquiendo, etc.
También en 2006, Marta Rivas y Ana Pérez
han retratado en el documental
El tren de la
memoria, el éxodo de dos millones de españoles que buscaron la
prosperidad en Europa en los años sesenta. Se fueron para unos meses, se
quedaron treinta años. El documental pretende cubrir una laguna en la
reciente historia de España y saldar una deuda con los protagonistas de unos
tiempos difíciles de los que apenas sabemos algo más que una escueta
historia oficial y unos cuantos tópicos. La mitad son clandestinos y viajan
sin contratos de trabajo. El ochenta por ciento son analfabetos. Ante ellos
se levanta el muro del idioma y las costumbres diferentes. En la actualidad,
otros necesitados llaman a la puerta de un país próspero. Casi nadie se
acuerda de la otra historia. Josefina si. Ella recuerda su viaje en el tren
de la memoria.
Inspirada parcialmente en hechos reales,
Chus Gutiérrez realizó en 2008 Retorno a Hansala, que narra la historia de
Martín, un empresario funerario con problemas económicos, que encuentra en
el cadáver de uno de los muchachos marroquíes muertos en el Estrecho, al
intentar pasar en patera a España, un número de teléfono. Así entrará en
contacto con Leila, la hermana del fallecido, una joven inmigrante que
tratará de repatriar el cadáver de su hermano.
Hasta el
momento, el cine de emigración en España, lo han hecho españoles. Con
dignidad y equilibrio en la mayoría de las ocasiones, pero desde un punto de
vista difícil de traspasar. Es posible –y de desear- que en el futuro,
escritores y directores emigrantes, puedan reflejar la realidad desde su
óptica, como sucede en otros países con más años de emigración extranjera,
abriendo las perspectivas a otras visiones que ya se aprecian en la lucha
reivindicativa y solidaria. En teatro, por ejemplo, Juan Diego Botto, ha
escrito y dirigido
El privilegio de ser
perro (2005),
en la que a través de cuatro monólogos y de cuatro diferentes puntos de
vista desarrolla los procesos sufre y vive un emigrante cuando se enfrenta
con el exilio, la pérdida de su identidad, en el viaje obsesivo en búsqueda
de una mejor calidad de vida.
Documentales sobre la emigración hacia España
Además de
la citada
Vida de
moro,
un documental producido por Canal + en el año 2000, es necesario citar
Lalia,
realizada en 1999 por Silvia Munt, que ganó el premio Goya de ese año al
mejor documental, y que refleja la necesidad de escapar de una realidad
terrible, la que se vive en los campamentos saharauis en Argelia.
Una invitación a la reflexión sobre la
convivencia y los espacios culturales entre la diversidad de personas que
pueblan España es el largometraje documental El otro lado... un
acercamiento a Lavapiés, del egipcio Basil Ramsis. Chinos, africanos del
norte y del centro, hindúes, latinoamericanos, españoles, buscan su lugar en
un barrio que representa la diversidad de la emigración.
En el 2002,
Carles Bosc hizo
Balseros.
En el verano de 1994 un equipo de reporteros de Televisió de Catalunya filmó
y entrevistó a siete cubanos y a sus familiares durante los días que
preparaban la arriesgada aventura de lanzarse al mar para alcanzar la costa
de los Estados Unidos, huyendo de les dificultades económicas que asolaban
su país. Tiempo después, en el campamento de refugiados de la base
norte-americana de Guantánamo pudieron localizar a los que habían sido
rescatados en alta mar. Es una historia sobre los sueños frustrados por la
realidad de la emigración fallida.
Muy
interesante es el
corto
documental
español (2004),
Paralelo
36,
de José Luís Tirado, en el que los protagonistas son los emigrantes –con sus
sueños, dificultades y deseos- que llegan en patera a las costas españolas,
en el viaje de la emigración clandestina atravesando el estrecho de
Gibraltar.
A destacar también el largometraje
documental Pobladores,
2006, de la productora española «Tus ojos», dirigido por Manuel García
Serrano, con una importante dimensión educativa, realizado en soporte
digital. Aunque se va a proyectar en cines, se ha apostado por una
distribución no comercial, y se envía a colegios y entidades educativas y
culturales acompañada de textos didácticos.
Es muy importante la película
14
kilómetros
(2007), Espiga de Oro en la semana de
Cine de Valladolid, de Gerardo Olivares, cuyo nombre le viene de
la distancia que separa
África de Europa, pero que también
es la barrera que aleja los sueños de millones de africanos que piensan en
España, Francia u otro país occidental como la única alternativa para huir
del hambre y de la miseria. En África hay millones de personas cuyo único
objetivo es entrar en Europa porque el hambre no entiende de fronteras ni de
barreras. El éxodo es inexorable.
En Retorno a
Hansala, dirigida por Chus Gutiérrez en 2008,
inspirada parcialmente en hechos reales, se narra la
historia de Martín, un empresario funerario que encuentra un número de
teléfono en el cadáver de uno de los muchachos muertos en el Estrecho. Así
entrará en contacto con Leila, la hermana del fallecido, una joven
inmigrante que tratará de repatriar el cadáver de su hermano. Martín, viendo
las posibilidades de negocio, partirá con ella hacia su aldea con la idea de
obtener el máximo beneficio de otras familias que reconozcan a sus muertos a
través de sus pertenencias, topándose sin esperárselo con la realidad
marroquí.
CINE Y DISCAPACIDAD:
Las personas discapacitadas siempre han estado
representadas en el cine,
y cada vez más,
con mayor fuerza.. No
obstante, este lenguaje global ha tratado al discapacitado de forma desigual
presentándolo, en una gran parte de la filmografía, tanto como ser marginal,
deforme y malvado, como el bonachón incapaz de hacer daño a nadie. En el
correr de los años, el cine ha avanzado en sus lenguajes promoviendo una
figura del discapacitado, cada vez más acorde con el sentido que tienen y
aportan a la sociedad, tomando de la sociedad los modelos que esta
provee. Sin embargo, el peor maltrato que sufren los discapacitados en el
cine es que no se les ve, salvo excepciones,
como a
cualquier persona.
El cine y otros medios de
comunicación no representan fielmente la realidad. En el tema de la
discapacidad, con demasiada frecuencia se cometen omisiones y se fomentan
prejuicios, se mantienen y se alientan actitudes negativas e injustas. Bien
es verdad que el cine, también, ha presentado, con mejor o peor fortuna, con
lenguajes mejor o peor empleados, al discapacitado como protagonista,
presentando a la sociedad problemas que de otra forma no se hubiera conocido
y tal vez ni siquiera atisbado, con personas discapacitadas que por lo
general son ocultadas.
No se puede dudar del poder de los
medios. Las asociaciones de discapacitados luchan constantemente porque los
medios reconozcan su derecho a ser vistos como el resto de los integrantes
de la sociedad. En algunos programas de televisión se les coloca en la
última fila del plató, o se les coloca de comparsas o como objetos de
observación.
La batalla de los colectivos de
discapacitados está por hacerse presentes en los medios,
dejar de ser «invisibles» en ellos de la misma
manera que van haciéndose visibles en la sociedad,
ya que ello
significa existir en el pensamiento de los demás. «lo que no aparece en
televisión no existe para la mayoría de los ciudadanos». El aparecer en los
medios con «objetividad informativa» y tener la posibilidad de hablar en
ellos con voz propia y haciendo llegar a la sociedad mensajes normalizadores
sobre la discapacidad.
Desde siempre el cine trató el
tema de los discapacitados. Recordemos El
jorobado de Notre Dame, en 1923 de Worsley,
Luces de la Ciudad
(City lights), en 1931, de Charles Chaplin o
Freaks/La parada de los monstruos,
de Tod Browning, en 1932.
Sin embargo, el discapacitado
entra de lleno en el cine con el fin de elogiar a los héroes de guerra y
levantar la moral el pueblo norteamericano durante la segunda guerra
mundial. Muchos soldados regresaban mutilados y era necesario hacer ver que
se podían vencer todos los obstáculos sin ayuda, sólo con sus propios
recursos.
Se hizo así un cine con personajes
que habían perdido alguno de sus miembros, pero no la ilusión. En 1947, la
Academia de Hollywood concedió varios Oscar a la película Los mejores
años de nuestra vida, de William Wyler. Dos de ellos (el Oscar al mejor
actor secundario y otro especial por su ejemplo a todos los veteranos de
guerra), fueron para Harold Russell, que representó el papel de Homer
Parrish, un veterano de guerra que volvía con las dos manos ortopédicas.
Russell, que había perdido las dos manos en 1944, en un accidente con TNT,
mientras entrenaba a paracaidistas, se convirtió en símbolo de valor y
coraje para los norteamericanos y fue durante muchos años presidente del
Comité Presidencial de Empleo para los Discapacitados.
Otras películas fueron más duras,
como Hombres, en 1950, de Fred Zinneman, con Marlon Brando como
parapléjico protagonista,
Johnny cogió su fusil,
en 1971, de Dalton Trumbo, que tuvo un importante éxito de crítica y
público. En este caso la discapacidad se utiliza fundamentalmente como una
metáfora de los horrores de la guerra.
Sin embargo la mayoría de las
películas de aquella época han contribuido a aislar a los personajes
discapacitados de sus semejantes, al presentar a las personas con
discapacidad como individuos extraordinarios que luchan contra lo imposible,
como personajes violentos y autodestructivos o como personajes
extraordinariamente bondadosos y llenos de inocencia, silenciando los
verdaderos problemas sociales y haciendo al discapacitado «invisible» para
el gran público.
Recordemos
un
film como
El milagro
de Ana Sullivan (The miracle worker), en 1962, dirigida por
Arthur Penn, con un guión de Helen Kéller, en el que cuenta parte de
verdadera historia de la niña (Helen
Keller), sorda y ciega que aprende a
comunicarse y hablar, gracias al apoyo de su institutriz Ana Sullivan. La
película fue un éxito y recibió el oscar a la mejor actriz para Anne
Bancroft.
También marcó un hito la
producción de El Regreso (Coming Home), en 1978, de Hal Sabih,
una película protagonizada por Jon Voight en el papel de un veterano de
la Guerra del Vietnam con paraplejia, y Jane Fonda, que abandona a su marido
para irse con él. La discapacidad en este caso no es ignorada ni constituye
el eje central o motivador de la trama. Las principales diferencias entre el
protagonista y el marido de Jane Fonda son su actitud ante la guerra y ante
las mujeres, y no la discapacidad. La relación de Voight y Fonda en El
Regreso no es la del paciente y la enfermera, sino la de un hombre y una
mujer en una situación nueva para ambos. El mensaje que la película
transmite es que las personas con discapacidad pueden ser adultas,
ingeniosas, interesantes, divertidas y sensuales como cualquiera. Voight y
Fonda obtuvieron, respectivamente, los Oscar al mejor actor y a la mejor
actriz en 1978.
VIOLENCIA HACIA LA MUJER EN EL CINE
El cine, desde sus comienzos, ha filmado con mucha dureza la violencia,
que se ha visto
acrecentada durante las últimas décadas. La violencia filmada contra la
mujer refleja una actitud real de la sociedad, un documento fehaciente de la
conducta humana y al mismo tiempo una denuncia contra esa misma situación de
indefensión psíquica, física y cultural. Si bien es cierto que todo se ha
filmado, incluso la justificación de esa violencia, lo más normal es que el
cine, con sus duras imágenes en muchas ocasiones, saque a flote una
situación para que el espectador por sí mismo extraiga sus propias
conclusiones, normalmente negativas al maltrato a la mujer en lo que ser
refiere a la violencia física, no tanto, o mucho menos cuando la violencia
es sexual o psicológica.
Otras veces, los mismos personajes de la película, defienden a la mujer, o
ellas se vengan por sí mismas.
El manantial de la doncella (Jungfrukällan,
1960), de Ingmar Bergman, o
Sin perdón,
(Unforgiven,
1992) de Clint Eastwood,
son películas de castigo y venganza hacia quién maltrata a una mujer, en el
primer caso una doncella violada y asesinada por unos bandidos, en el
segundo caso basada en su totalidad en la venganza de unas mujeres que
contratan a un pistolero por unas lesiones brutales producidas a una mujer
en un burdel.
Una película muy significativa es El
color púrpura (The color purple, 1985),
de Spielberg,
en
el que varias mujeres, maltratadas por sus maridos o amantes, van
liberándose paulatinamente gracias a su solidaridad, a la educación o a la
lectura.
En muchos casos es la propia mujer la que hace su propia
justicia Thelma y Louise(1991), de
Ridley Scott
vengándose de los agresores e imponiendo sus propias leyes.
En cuanto a la violencia doméstica, el cine ha reflejado siempre lo que la
sociedad de cada época ha vivido. El cine ha aceptado en ocasiones, como la
propia sociedad, la figura decorativa o sumisa de la mujer, la dependencia
de ella hacia el hombre. En otros casos, la mujer ha sido libre, dominante
muchas veces, aventurera otras, malvada en muchas. La mujer en el cine ha
tocado todos los papeles.
El cine ha reproducido también el lenguaje sexista, imponiendo la violencia
que se transmite a través del lenguaje, cuando se reproducen los
comportamientos de una sociedad en la que predomina la cultura y la ley del
varón, cuando se presenta a la mujer como simple objeto sexual, expresando
la relación de desigualdad entre hombres y mujeres, basando en la afirmación
de la superioridad de un sexo sobre el otro; de los hombres sobre las
mujeres, presentando a las niñas como personas que aprenden a ceder, pactar,
cooperar, entregar, obedecer, cuidar… aspectos que no llevan al éxito ni al
poder y que son considerados socialmente inferiores a los masculinos,
quedando las mujeres reducidas al espacio doméstico de la familia.
Aunque en infinidad de
películas la mujer ha sido protagonista, tanto en dramas como en aventuras,
el
cine ha reflejado documentalmente situación que la mujer ha sufrido durante
el siglo XX, quedando en muchas ocasiones
en segundo plano
o considerándose solamente como compañera, novia o amante. La violencia
hacia la mujer no solamente se da en la pareja, el cine la filma en el
trabajo, en forma de acoso, en la calle -las prostitutas son casi siempre
maltratadas por policías y chulos- infinidad de películas reflejan la
tortura y y las violaciones
sexuales, la
persecución,
la
presión emocional, desapariciones,
encarcelamiento e incluso la muerte. El
tratamiento pornográfico de muchas películas enaltece la visión de la mujer
como simple objeto de placer, llegándose en ocasiones al asesinato filmado.
Amenábar lo refleja magníficamente en su película Tesis (1995).
CINE Y MEDIOAMBIENTE:
El cine no solamente ha puesto en
contacto al hombre con la naturaleza, los paisajes exóticos y el documental
de naturaleza, sino que además ha sido, y sigue siendo en ocasiones,
militante activo en la lucha por la defensa del medio ambiente.
Además, el cine ha sido desde su nacimiento, el más poderoso vehículo de
transmisión de conocimientos y de culturas, aportando a sus espectadores
infinitas posibilidades de encuentro con paisajes, naturaleza, lugares y
costumbres.
Desde que en 1922, en Nanuk el
esquimal, Robert Flaherty, expuso la difícil relación entre el hombre y
su entorno natural, abriendo así el campo de la cinematografía al cine
etnográfico, el mundo se llenó de películas defensoras de costumbres
exóticas y más tarde entró en el mundo de la defensa de los pueblo, de los
valores culturales y de la defensa del mundo.
En el cine español de los últimos
años, algunos directores se han aproximado al tema: Tasio (1984), de
Montxo Armendáriz, Lo más natural (1990), de Josefina Molina,
La nave de los locos (1996), de Ricardo Wullicher, Las ratas,
de Antonio Jiménez-Rico, basada en la novela del mismo nombre de Miguel
Delibes, obra que explora en la relación entre los animales y los humanos y
La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda cuyo guión lo
realizó Manuel Rivas, experto en medio ambiente.
Las películas de Tarzán o King Kong, ya basaban sus
relatos en la intromisión del hombre blanco en las selvas vírgenes. Las
novelas de Burroughs o de Kipling, dieron lugar a decenas de películas.
Desde El libro de la selva (The jungle Book, 1942), producida por
Korda, sobre el niño salvaje al que cuidaron los lobos en la selva hasta
Gorilas en la niebla (1988), de Michael Apted, basada en la historia
real de una investigadora que se decide a estudiar los gorilas africanos
acercándose a su entorno.
Robert Redford, dirigió Un lugar llamado Milagro
(1987), su segunda película como realizador, que desarrolla la lucha por
la conservación de la naturaleza basándose en una novela de John Nichols.
Posteriormente, a partir de una historia de Nicholas Evans, el mismo
director dirigió El hombre que susurraba a los caballos. Otros
directores, Jean Jacques Anaud con El oso (1988), o Kevin Costner
con Bailando con lobos (Dances with wolves 1990), se suman a la
reivindicación por la defensa del medio ambiente, incluyendo el respeto por
toda la vida, como aquello que promueven la defensa de la Amazonía, con
títulos entre los que destacan La selva esmeralda (The
Emerald Forest, 1985), de John
Boorman, y Los últimos días del Edén (1992), de John McTiernan. La
cinematografía ha sido algo más pródiga con películas que denuncian los
desastres ambientales, en películas como El síndrome de China (1979),
de James Bridges, sobre los efectos del uso de la energía nuclear.